La elección de Morena en el espejo priista de 1998
Las semejanzas llevan a cuestionarse si eso que pasó en 1998 en el PRI poblano, será lo mismo que ocurrirá en este 2023 en el partido guinda
La definición del candidato a gobernador de Morena tiene una serie de semejanzas con el proceso de selección que realizó el PRI 25 años atrás, cuando Germán Sierra, José Luis Flores y Melquiades Morales participaron en una competencia interna para elegir a un ganador, quien a la postre iría a la elección constitucional.
Desde entonces, el partido en el poder en Puebla no había tenido tantos aspirantes con posibilidades reales de pelear la sucesión de gobernador como los posee ahora, con Alejandro Armenta, Ignacio Mier y Julio Huerta en primera fila, y detrás de ellos dos mujeres, Claudia Rivera y Olivia Salomón, a la espera de que las obligaciones de paridad de género impuestas por el INE jueguen a su favor.
En 1998, cuando Manuel Bartlett estaba en la recta final de su administración, el entonces gobernador puso en marcha un proceso de elección interna para definir al candidato de su partido, el PRI.
Se inscribieron Germán Sierra, José Luis Flores y Melquiades Morales, quienes protagonizaron una pelea inédita que, al poco tiempo se supo, tuvo como objetivo disfrazar al mismo Bartlett como caudillo de la democracia partidista.
Al mandatario le interesaba mostrarse de esa manera para demandar un proceso similar para la selección del candidato del tricolor a la Presidencia de México un año después, en el que terminó compitiendo contra Francisco Labastida, Roberto Madrazo y Humberto Roque, pero esa es otra historia.
Regresemos a Puebla.
En 1998, Sierra, Flores y Morales arrancaron la carrera en más o menos igualdad de circunstancias.
Para la opinión pública, cualquiera de ellos tenía la oportunidad de ganar, por lo que se dividieron puntos de vista y pronósticos entre analistas e integrantes de la clase política local.
Germán Sierra tenía entre sus antecedentes el vínculo familiar y político con los herederos de uno de los hijos de la Revolución, que además había sido fundador del PRI: Rodolfo Sánchez Taboada.
Era el aspirante de un sector de la élite priista estatal que buscaba para sí mismo la conservación del poder político y económico en el paso de un siglo a otro, pese a las corrientes de cambio que ya se asomaban en el ambiente.
José Luis Flores venía del equipo de colaboradores de Bartlett y fue asumido como el candidato oficial, el delfín del gobernador saliente.
Se trataba de un tecnócrata sin méritos entre la clase política que estaba en competencia solo por el deseo de Bartlett, pero que tenía todas las posibilidades de ganar gracias al aparato gubernamental que supuestamente lo cobijaba.
Después se supo que ese aparato nunca estuvo de su lado y que la percepción que lo colocó en posición de privilegio para hacerse de la candidatura no estuvo fundamentada en hechos reales.
Esa también es otra historia.
Melquiades Morales era el personaje sencillo que provenía del pueblo y que debía su escalada en este complicado y tortuoso oficio a los méritos personales.
Carecía de padrinos influyentes, pero llevaba años armando una vasta red social de amigos y compadres que representaba su mayor fortaleza e instrumento de competencia frente a sus rivales.
Aquí hay que detenerse para hacer un símil con la interna de Morena en el presente.
Ignacio Mier puede ser Germán Sierra.
Julio Huerta, José Luis Flores.
Y Alejandro Armenta, Melquiades Morales.
“Nacho” Mier tiene lazos con una buena parte de los personajes más influyentes no solo del partido en el poder, sino de la élite económica más importante, esa que no muestra los rostros que la conforman, pero que se hace sentir a través de sus acciones y decisiones.
Bartlett es uno de sus pilares más visibles.
Adán Augusto López es otro.
Quizá lo sea también el presidente López Obrador
El coordinador de Morena en San Lázaro es muy superior en relaciones a lo que fue Sierra 25 años atrás, pero en algo se asemeja a él.
Sobre Julio Huerta no hay mucho que decir.
El otrora secretario de Gobernación es el favorito del gobernador Sergio Salomón Céspedes y de la presidenta de Morena Olga Romero.
La circunstancia es suficiente para armarse de valor y lanzarse a la aventura, como lo hizo Flores en 1998, creyendo que contaría con el respaldo absoluto de su jefe y el PRI.
Huerta también cuenta con el apoyo tácito de Claudia Sheinbaum, a quien le coordina el estado en representación de Céspedes.
Armenta es quien suma muchos más kilómetros y horas a pie en precampaña.
El senador apoya su fortaleza en la base social y de eso han dado cuenta las encuestas y los sondeos de opinión que lo han puesto en primer lugar de la intención de voto.
Gracias a su red social, parecida a la de Melquiades, es que se mantiene en la puja, pese a ser mirado con desdén por los grupos de poder que lo saben ajeno al círculo afectivo y de confianza de López Obrador.
Las semejanzas llevan a cuestionarse si eso que pasó en 1998 será lo mismo que ocurrirá en este 2023.
Después de la sucesión de Bartlett, los siguientes procesos de definición de candidato a gobernador del partido en el poder no admiten puntos de comparación con el presente.
Para la sucesión de Melquiades en 2004, Mario Marín caminó prácticamente solo en el PRI.
Antes pelearon Rafael Moreno Valle y otra vez Germán Sierra, pero no lo suficiente para mantenerse hasta el final y poner en riesgo la postulación de quien ya había sido presidente municipal de Puebla.
En 2010 Marín le limpió el camino a su hijo político, Javier López Zavala.
El gobernador puso a su gallo, que perdió ante Moreno Valle, ya reinventado en el PAN.
Seis y ocho años después, en 2016 y 2018, Moreno Valle impuso como candidatos a José Antonio Gali y a su esposa Martha Erika Alonso, en ese orden, en procesos internos que no tuvieron el más mínimo indicio de resistencia u oposición.
Volvamos al ejercicio de comparación.
Si “Nacho” Mier, Julio Huerta y Alejandro Armenta acaban igual que sus pares del PRI de 1998, ¿quiere decir entonces que el senador será el ganador de la contienda interna, como lo fue Melquiades Morales, por cierto, también integrante de la Cámara alta, aquella vez?
No necesariamente.
Así como hay similitudes, también hay notables diferencias.
La más importante de ellas tiene que ver con el dueño y fundador del partido.
Hace 25 años, Manuel Bartlett pudo dejar correr el juego a conveniencia propia gracias a que en la Presidencia había un mandatario poco interesado en intervenir en la vida de su partido más allá de la capital del país.
Ese personaje era Ernesto Zedillo, que en el año 2000 entregó la banda presidencial a Vicente Fox y al PAN.
El juego a conveniencia de Bartlett fue que triunfara en la interna un político ajeno a su grupo para confirmar esa imagen de demócrata que requería para seguir adelante con sus planes.
Por eso dejó que ganara quien tuviera que ganar, muy a pesar de José Luis Flores, que tuvo que vivir para siempre con la frustración de sentirse traicionado.
Sergio Salomón no tiene hoy esa fortuna.
Alejandro Armenta tampoco.
La supremacía absoluta de López Obrador en Morena impide manejar variables que no tengan que pasar forzosamente por el tamiz del presidente.
Al final, el tabasqueño optará por quien crea más conveniente para él y para el partido, en función de lealtad, empatía y capacidad electoral.
Esto pone a los interesados en el mismo punto en el que estaban al principio, el de la incertidumbre.
Hay tres personajes que se ven muy parejos entre sí.
Con distintas circunstancias, pero con herramientas bajo el brazo que los ubican en primera fila de la sucesión.
Mier tiene ganada la percepción dentro del círculo rojo y probablemente es el favorito del presidente, Huerta es el portador y beneficiario del aparato estatal, y Armenta conserva su sitio de privilegio en las encuestas.
Cualquiera podría ser.
En una de esas hasta Claudia Rivera u Olivia Salomón, si toca mujer.
Ese es el punto más trascendente de la comparación del presente con lo acontecido en 1998.
Hoy, como entonces, el partido oficial tiene auténtica competencia.
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El autor de esta columna se ausentará un par de semanas para tomarse unas muy necesarias vacaciones.